Una mañana me desperté con ganas de comer fresas; fui a la cocina a desayunar y me encontré una fuente de fresas. Decidí coger una, cuando, de repente, apareció un duende tan rojo como una fresa que salía muy rápido y no paraba de saltar.
Hablando muy rápido dijo:
-¡Me llamo Fresudo, vivo en las fresas y me gusta la leche! Tú ¿cómo te llamas?
Estaba tan asombrada que no podía ni decir una palabra.
- Me llamo Lucía.- respondí temblando.
- Bueno, me tengo que ir al colegio- dije como una excusa.
- ¡Te espero a la vuelta, no te olvides donde estoy!
De un salto se metió entre las fresas y desapareció.
Estuve inquieta todo el día; mis amigos me preguntaron qué me pasaba, pero no tenía palabras para describir lo ocurrido. ¡Era increíble!
Al volver a mi casa, entré en la cocina; el duende estaba dormido, dejé las fresas al lado de la leche y me fui a la habitación a descansar.
Al instante me quedé dormida. Fresudo ya se había despertado, entró en mi habitación, arrimó la puerta un poquito y se subió a la cama.
Sentí su voz susurrante, pues como sabéis los duendes hablan con los niños sin despertarlos.
- Lucía, me gustaría quedarme en tu casa, se está muy a gusto.
- Claro, me parece fantástico que te quedes, pero…en invierno no hay fresas y entonces ¿Dónde dormirás? - le pregunté.
- No te preocupes Lucía, soy un duende y tengo la magia suficiente para que en tu casa siempre haya fresas…
- ¡Qué bien! ¡siempre estarás conmigo! ¡Te enseñaré a todos mis amigos! ¡Siempre será primavera en esta casa!
Fresudo se quedó a vivir conmigo y desde entonces en mi casa siempre hay fresas, aunque sea invierno.
FIN
LUCÍA U. V. 8 años.
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